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Me sentía totalmente nueva y con ganas de vivir. Fuimos de nuevo junto a Sir Arthur. Al verme, me contempló y dijo ....
*** Veo, que estás estupenda. Y hasta se te ha alegrado la cara. Mejor así, ya que pronto conseguiremos verte llorar y gritar. Pero ahora ven a tomar una copa con nosotros. Además, te voy a cambiar los brazaletes y el collarín. Y te añadiré tobilleras.
Se dirigió hacia el amplísimo sofá y me obligó a sentarme a su lado.
Le obedecí en silencio. Y uno de ellos nos sirvió copas a todos, aunque la mía con mayor cantidad de coñac. La acepté y bebí un largo sorbo. Me recorrió todo el cuerpo, haciéndome sentir mucho mejor.
Enseguida, Sir Arthur, me despojó del collarín y a continuación de los brazaletes. Y los tiró lejos de él.
Entonces se levantó y me indicó que le siguiera. Dejé la copa en la mesita y le seguí hasta una gran espejo de cuerpo entero. Pude verme las señales del látigo. Pero lo ignoré. De hecho, ya me habían prometido nuevas atrocidades.
Sir Arthur, puso un gran cofre a mi lado y lo abrió. Estaba lleno de toda clase de gargantillas y pulseras. Y enseguida añadió, que consistían en el mismo método, que el anterior. Pero que estas estaban destinadas para las fiestas. Y que yo las llevaría ya siempre.
La última palabra me hizo estremecer, pero me repuse rápidamente. Y vi como él, cogía una de las mas bellas. Se trataba de una gargantilla. Me la probó y al verme en el espejo, me di cuenta de que me quedaba perfecta.
Entonces, él al verme así, me la aseguró con el cierre de seguridad y pasó a elegir las pulseras del mismo modelo. Me las dejé poner dócilmente, mientras seguía admirando el brillo de las mismas.
Cuando tuve puestas las pulseras, pasó a los tobillos y engarzó nuevas pulseras. Me dejó un rato, a fin de que me contemplara a gusto. Tan solo, hacían un poco feos los ganchitos, pero en conjunto, hasta podía parecer de lujo.
Por otra parte, a pesar de que estaban ligeramente ajustados, no debían de producir señales, ya que carecían de bordes. Estaba ensimismada con mis nuevos adornos, cuando oí la voz de él, decir .....
*** Ahora, vuelve aquí al sofá. Y mientras disfrutamos de la copa, te iré comentando tu agenda de trabajo.
Me senté de nuevo junto a él. Y entonces, tras colocarme un brazo por detrás del cuello y dejar descansar su mano sobre mi pezón izquierdo, al que acariciaba con lentitud, comenzó con mis actividades inmediatas. Pero antes de que soltara los detalles, mi mano derecha soportaba la copa, mientras que mi brazo izquierdo era sostenido por un hombre sentado a mi izquierda. Otro se había apoderado de mi cabeza y mi cuello. Y los otros dos, cada uno de una pierna. Sir Arthur, también se encargaba del otro pezón con su mano derecha, al que acariciaba después de meter sus dedos en mi copa. Y en medio de este laberinto de brazos y caricias, Sir Arthur comentó ....
*** Corinne. Ahora son las 12 del mediodía. Dentro de media hora, te someteremos al resto del castigo. Hacia las 2, te dejaremos con las doncellas, para que te aseen y te hagan desaparecer las marcas. Luego te conducirán a una celda, en la que te servirán la comida.
Descansarás hasta las 7 de la tarde. Hora en que serás despertada para que seas bañada y maquillada.
A las 8 pasaré a verte. Te seleccionaré el vestido que deberás llevar en la fiesta, con cena incluida.
Mientras él me comentaba tan desagradable panorama, los 5 hombres, me las hacían pasar algo mal con los toqueteos y pellizcos, que estaba soportando. El que me tenía sujeta la cabeza, me hacía beber al goteo. Claro que no siempre atinaba en mis labios abiertos y el líquido bajaba veloz por mis comisuras para descender vertiginosamnete, por entre mis pechos, a los que Sir Arthur seguía acariciando y que me estaban poniendo frenética.
Los que estaban con mis piernas, me las hacían pasar canutas, ya que uno me daba manotazos en la cara interna del muslo, mientras el otro me hacía sufrir los pinchazos en la planta del pie. Estaba a punto de empezar a jadear, cuando una manotazo de Sir Arthur en mi vagina, anunció que iba a seguir el suplicio de la mañana.
Todos me soltaron, menos Sir Arthur, que me hizo levantar mientras seguía con sus manos en mis pezones, a los que ahora retorcía de tal modo, que me producía vivos dolores. Avanzamos los 6 hasta el artefacto. Entonces él, me soltó y me indicó que me sentara sobre el falo.
Le obedecí y dejé que el falo se introdujera en mi ano. Cuando estuve bien acoplada, me engancharon finísimas cadenas a los tobillos y a las muñecas. Entonces Sir Arthur me sujetó de la cintura, mientras tensaban todas las cadenillas en la parte de atrás. Con lo que quedé arqueada hacia atrás y tan solo sujeta en el ano, por el falo que tenía introducido. Pero, tanto las piernas como los brazos, me los dejaron deliberadamente muy separados.
Sentía como si me estuvieran desgarrando por el ano. Sin embargo, uno de los presentes me asestó un par de palmaditas en el vientre, a fin de ver si estaba lo suficientemente tensa.
Sir Arthur dio la aprobación y autorizó a que comenzase el castigo.
Comenzaron con una decena de vergajazos sobre mi vientre. Hasta ese momento pude soportarlo, a pesar de mis jadeos. Pero no eché ni una lágrima.
El castigo continuó en mis costados. Y ya al primer golpe, resoplé y casi grité de angustía y dolor. Y al segundo azote, el primer grito escapó de mi garganta y hasta una tímida lágrima afloró en mis ojos.
En los siguientes azotes, mis gritos se confundieron con los ecos de los látigos. No sé cuantos azotes me dieron, pero debieron ser más de 30.
Me vi impotente para aceptar tanto dolor, pero tuve que soportar todo, sin que pudiera hacer nada.
Enseguida observé como Sir Arthur, apuntaba con su fusta a mis pechos.
Me desmoroné y les supliqué clemencia. Pero lo único que recibí, fueron sus risas e ironías. De esta parte se encargaron dos hombres, cada uno armado con un finísimo vergajo. Antes de que el primer golpe llegara a tocarme el grito que solté, apagó el sordo choque de la verga sobre mi pecho. Pero el siguiente cayó antes de que pudiera prepararme. Lancé el grito ya tarde, pero si cabe de mayor intensidad que el anterior. A medida que fue avanzando el suplicio, mis gritos se iban confundiendo con el chocar de los azotes.
Por fin, cesaron los golpes. Me creía morir. Sentía tantos y tan grandes dolores en todo el cuerpo, que no sabía como podía estar todavía consciente. Lo achaqué a la inyección.
Sir Arthur, mandó que me desataran y me condujeran hasta una gran mesa de suplicio.
Y fui desatada y conducida hasta la mesa. Me hicieron tumbar bocarriba y me ataron las pulseras juntas a la cadena. Las piernas me fueron separadas de tal forma, que creía que me las iban a arrancar. En esta postura me tensaron fuertemente, hasta que mi espalda quedó ligeramente curvada.
Entonces le oí, como se refería a mis axilas. Me las querían torturar con cigarros. Pero, además me iban a torturar las ingles y los pies.
Me creí morir ante aquel salvajismo. Les imploré gracia y les pedí perdón por todas las cosas malas que había hecho. Pero ellos, simplemente, me ignoraron.
Y tras encender varios cigarrillos, se dispusieron en torno a mí.
Lo primero que hicieron fue, torturarme sicológicamente. Se limitaron a pasarme los cigarros muy cerca de los pechos. Algunos, dejaron caer la ceniza sobre mi ombligo. Mis gritos les animaban más cada vez.
Pero pronto empezó el verdadero suplicio. Me dejaron un cigarro entre los pechos. Y que yo a base de temblores y gritos, conseguí que cayera en la mesa. Pero no pude librarme de los que ellos portaban. El primer horror fue para mi axila derecha. Uno de ellos, me lo fue acercando lentamente hasta que la punta tocó mis sensibles carnes.
Me arqueé más, si cabe y grité llena de espanto y dolor. Pero ésto no había hecho mas que empezar. Pues mientras, yo estaba aturdida con la primera quemadura, otro me acercaba un nuevo cigarro a la axila izquierda.
Me quedé muda, pero al instante la voz se hizo en mí y lancé un alarido estremecedor. Nada mas vehemente, para aquellos malvados seres.
Se les ocurrió, que fuera quemada en las dos axilas a la vez, al tiempo que iban contando sus proximidades. Y de nuevo el infierno se apareció ante mí. Esta vez por partida doble.
Me aplastaron los cigarros, casi en los pechos. Mis resoplidos y gritos de terror, les agradó de tal manera, que repitieron la operación un par de veces más.
Me sentía desesperadamente mal. Notaba como mis sentidos se revelaban contra mí y notaba un gran escozor en aquellas sensibles partes.
Ellos se decidieron por bajar un poco la zona de ataque. Los vi como se colocaban a la altura del pubis. Acercaron sus cigarros a sus labios y los soplaron a fin de reavivar las puntas. Cuando éstas, estuvieron al rojo se aproximaron de nuevo al pubis y fueron acercando lentamente los cigarros a cada una de mis ingles.
Fui quemada sin contemplaciones. Lancé mis gritos de rigor, pero la verdad, era que gritaba más por inercia, que por el dolor que sentía y que no era poco.
Pasaron por fin a mis pies. Empezaron por quemarme los empeines. Aquí, tan solo resoplé. Pero ellos bajaron rápidamente de zona. Y sentí el pinchazo entre los dedos. Esto si me hizo exclamar de dolor. Cuando me hubieron quemado todos los dedos, bajaron a mis plantas.
Para entonces, tenía un llanto, acompañado de gritos tales, que ya no era capaz de controlarme.
Empezaron las quemaduras, pero yo, ya no podía cambiar el ritmo de mis gritos a pesar del intensísimo dolor que padecía. Estaba a punto de perder el conocimiento, cuando cesaron todos los males. Y me aflojaron la tensión de las cadenas, para que pudiera moverme. Pero yo me quedé ligeramente dormida.
*** Corinne. Ya son las 2 de la tarde. Confío, en que lo hayas pasado bien con nosotros. Ahora te dejamos. A las 8 te veré, que descanses.
Me dejaron atada en aquella mesa y apagaron las luces. Pasé mas de 10 minutos sola en la oscuridad. De pronto, las luces me cegaron. Cuando pude ver de nuevo, observé como 2 doncellas semidesnudas se acercaban a mí y me desataban. Me hicieron acompañarlas hasta una habitación contigua y que estaba bien caldeada.
Lo primero que hicieron, fue el darme un líquido a beber. Luego, procedieron a aplicarme un bálsamo y me hicieron poner en pie, me llevaron hasta dos columnas y en ellas engancharon mis pulseras. Era la única forma de poder aplicarme el bálsamo en todo el cuerpo. Después de que terminaron. Me dejaron así unos 5 minutos.
Enseguida volvieron y me desengancharon. Y me condujeron al baño en el que me restregaron a fondo, hasta hacer desaparecer todo el bálsamo. Me secaron y me condujeron hasta una celda bien aclimatada.
Salieron, cerrando con cerrojo y volvieron a los pocos minutos, con varios platos. Y se volvieron a marchar, cerrando tras de sí.
Me quedé sola. Miré la comida y enseguida me entró un fuerte apetito.
Comí como una loca. Cuando terminé, me dirigí a la cama y me metí bajo el edredón. Cerré los ojos, y un sopor me invadió completamente.
Me sobresalté al sentir un zarandeo. Al despejarme, vi que se trataba de las dos doncellas. Me hicieron incorporar y medio me arrastraron al baño. Fui obligada a entrar en la bañera.
El agua estaba muy caliente, pero no me dejaron tumbarme. Quedé con el cuerpo fuera, de la cintura para arriba. Entonces comenzaron a restregarme todo el cuerpo con esponjas ásperas, que me hacían ver las estrellas.
Me enjuagaron 3 veces con las duchas. Después me hicieron salir y me secaron con mimo. Me revisaron por si tenía algo de vello, pero no lo encontraron y procedieron a secar mi pelo y peinarlo ligeramente.
Luego, se dedicaron a maquillarme, pero con tonos suaves. También me maquillaron los pezones y la vagina. Y después pasaron a pintarme las uñas de los pies y de las manos.
Después de esto perfumaron totalmente mi cuerpo. Y tengo que decir, que el perfume era muy agradable y duradero.
Escuché como el reloj de mi cuarto daba las 8 campanadas. Las jóvenes doncellas, se apresuraron a retirarse y de nuevo me quedé sola y encerrada.
Pero fue por poco tiempo, enseguida apareció Sir Arthur. Y me dijo ...
*** Estás preciosa. Parece ser que te ha sentado bien la paliza. Pronto la repetiremos y con algunas novedades. Qué trato ha sido el peor para tí ?.
*** Todos.
*** Vale. Pero dime lo que mas te ha dolido, lo que desearías que no te lo repitieran jamás.
*** El tormento de los cigarros.
*** Y después ?.
*** El azote de mis pechos.
*** Estupendo. Me encargaré personalmente de hacértelos padecer. Pero ahora vamos a elegir un vestido para la fiesta. Debes estar magnífica. Ya que se presentan a la cena más de 100 personalidades, de todos los confines de la tierra.
Se acercó a mí y comprobó todo el maquillaje, dando su aprobación. Y se dirigió hacia el armario, del cual, él solamente guardaba la llave.
Lo abrió y sacó 5 vestidos cortos y de varios colores. Los colocó sobre la cama y empezó a estudiar los colores. Todos los vestidos eran mini cortos y además en mayor o menor medida, tenían la espalda al descubierto. Y todos carecían de mangas. En la cama había : De punto y negro. De ante marrón. De piel de melocotón. De raso rojo. De seda amarilla.
Sir Arthur, me hizo probarme los 5. Eran bonitos, pero tan cortos que producían una provocación de los sentidos.
Al final se decidió por el de raso rojo. Era el mas indecente de los 5. Pero además tenía la virtud de que se ataba directamente al collarín.
Entonces me interesé por el calzado que debía llevar, pero él me contestó, que a partir de aquella noche, siempre iría descalza, aún cuando saliéramos a otra fiesta y estuviera lloviendo.
Asentí en silencio y no me volví a preocupar de los zapatos. Enseguida noté la mano de él, que me conminaba a seguirle.
Salimos al pasillo y bajamos las escaleras. Me sentía mas desnuda, que si no llevara nada encima, pero me resigné y seguí bajando las escaleras y procuré no pensar en mí.
El, me rogó que me mostrara amable y agradable, con los invitados, según fueran apareciendo.
Llegamos al hall y Sir Arthur me arregló de nuevo el vestido. Y la verdad, como era tan poca cosa, al menor movimiento se me podían salir los pechos, o bien, quedárseme subido y mostrando descaradamente el vello púbico.
Mientras esperábamos, me miré varias veces. El vestido carecía de espalda y costados. Realmente era un peto con escote. Y la faldita me llegaba justo por debajo del pubis. Pero lo que era la parte trasera del vestido, se podía decir que era casi inexistente, ya que la faldita partía de la parte alta de mis nalgas. Sin embargo, dejé de preocuparme del vestido, cuando sonó el timbre.
La doncella de turno, ataviada con mucha mas ropa que yo, abrió y pude ver a la primera pareja de invitados. Eran bastante mayores, aunque de buen ver. Sir Arthur los saludó y me presentó por mi nombre.
La mujer se acercó a mí y me contempló con descaro, pero al final, me dijo que estaba preciosa. El hombre, por su parte, se acercó a mí y me abrazó, dándome un par de besos.
Sonó el timbre de nuevo y apareció una mujer, de edad media. Sobre los 40. Saludó a Sir Arthur y se acercó a mí. El, me presentó. Y ella aludió que parecía una guarra. Y se fue al salón.
Siguieron llegando invitados y yo tuve que poner las mejores caras a todos ellos. Algunos me soltaban burradas y otros me daban ligeras palmadas en las nalgas.
Había recibido a tanta gente, que ya no sabía quien era cada cual. Y entonces él, me cogió del brazo y pasamos al gran salón, en donde se estaba sirviendo un pequeño aperitivo antes de la cena.
En menos de un minuto, perdí a Sir Arthur. Y me quedé sola y desamparada, ante aquella algarabía. Pero desde luego, no estaba sola. Enseguida apareció una de las primeras invitadas. Y recordé que había dicho de mi que era una guarra. Me cogió del brazo y sonriente me hizo avanzar hasta un grupo de mujeres.
Yo debía ser la anfitriona. Pero me di cuenta que yo era un objeto de usar y tirar. Ella, lo primero que hizo fue reprimirme, por mi forma de vestir. Pero antes de que yo pudiera decir palabra, añadió .....
*** Si estuviera en mis manos, la azotaría por su descaro. Pero además la expondría desnuda, ante todos mis amigos.
Bajé la mirada y escuché a otra, decir .....
*** Estoy de acuerdo contigo. Yo la torturaría lenta y sádicamente, hasta que me pidiera que la matara.
*** Pues, para mí, sería un placer el someterla en la lavadora y después, pasarla al falo.
Sonreí para mi interior y excusándome salí del grupo. Pero en segundos caí en otro de varones. Estos fueron menos bestias, pero mas groseros. Uno de ellos, comentó ....
*** Como es posible, que la reina de las zorras, ande suelta. Debería tener un amo que la llevara a todas partes.
Seguí oyendo barbaridades contra mí, por espacio de media hora. Hasta que Sir Arthur apareció y me sirvió de protección. Pero tuve la desgracia de que nos dejamos caer en el grupo de las sádicas. Las que me habían reducido a la nada. Y entonces, la mas atrevida, dijo ....
*** Arthur. Ya te habrá contado tu zorrita, lo que siento por ella y lo que la haría si estuviera en mi poder ?.
*** Pues no. No me ha dicho nada. La verdad es que acabo de encontrarla y no hemos tenido tiempo ni de hablar. Pero dímelo tú.
*** Es de lo mas sencillo. Lo primero, azotarla delante de todos los invitados. Después, me la llevaría a mi casa y la prepararía, para una sesión refinada de látigo y fuego. Y después, la torturaría lentamente, hasta que me implorara la muerte.
*** Eso es fácil de conseguir. Aquí la tienes. Es toda tuya.
Me quedé petrificada, pero afortunadamente, las otras se picaron y una de ellas, dijo ....
*** Eso no es justo. Yo he sido la primera en verla y además los azotes los he propuesto yo. Y esta que está a mi lado, también ha dicho y ofrecido cosas.
*** En ese caso, señoras, en otro momento la tendréis. Por esta noche baste que la tengáis a la mano, pero en mi casa.
Sir Arthur y yo nos separamos de aquel grupo y nos dejamos caer en otro de hombres y mujeres. Al fin pude pasar unos minutos de charla, sin que nadie se metiera conmigo, excesivamente.
Pasaron los minutos volando, hasta que de pronto sentimos un gran desconcierto a nuestras espaldas. Nos abrimos paso entre la multitud y encontramos a una joven bellísima. De mi estatura, pero rubia y de formas magníficas. Estaba totalmente desnuda, tan solo cubierta por algunos collares y cinturillas, así como pulseras, sortijas y pendientes.
Entonces apareció la sádica, cuyo título era el de Marquesa de Sade V y se dirigió a todos los presentes, diciendo .....
*** La mayor parte de los presentes saben quien soy. Pues bien, después de cruzar una palabras con Sir Arthur, me he decidido a llamar a casa y a pedir a una de mis hijas, que se preparara y maquillara, para asistir a una fiesta. Y la he pedido que viniera desnuda. Tan solo la he azotado una vez. Os propongo, lo siguiente :
Os la cambio, por la guarra esa. Además podréis hacer de ella lo que se os antoje. Y sabe estar en sociedad. Que decís.
Se oyó un murmullo de admiración y aceptación. Yo miré a Sir Arthur, asustada. Pero éste me traicionó al decir ....
*** Si los presentes están conformes, yo acepto. Pero con la condición de que en el fin de semana, esté aquí de una pieza. Os parece bien ?.
Escuché un aplauso general y Sir Arthur, añadió ....
*** En ese caso, bienvenida sea tu hija Therese. Y ya puedes llevarte a la otra.
Me sentí morir de desesperanza y enseguida las manos de ella se posaron en mi collarín y me indujo a salir de la casa.
Una vez en el exterior, pude ver un gran coche de color negro y de lunas tintadas. El chófer abrió la puerta y ella me hizo entrar. Estaba iluminado y era muy amplio. Al volver mi cara hacia la parte de la derecha, pude ver que había una mujer. Me fijé y vestía de un modo extraño. Llevaba una gorra de oficial SS. Su vestimenta constaba de guerrera de cuero negro y un pantaloncito también de piel negra. Lucía unas magníficas botas de cuero negro, que le llegaban ajustadas hasta las rodillas. Y en sus manos portaba una fusta de color negro, con las puntas terminadas en pequeñas bolitas de espinas.
La Marquesa me la presentó como su hija Melba. Yo asentí y no dije lo mas mínimo. Solo de verla ya estaba temblando.
El coche se puso en marcha y yo a cada momento que pasaba me sentía mas atemorizada. Entonces, Melba me indicó que me arrodillara ante ella. La obedecí sin pensármelo. Y dejé mi vista baja. Tras unos minutos en esta ignominiosa postura, el coche se detuvo y Melba me ordenó que saliera, haciendo chasquear la fusta.
Me hicieron subir la escalinata. Al llegar arriba, vi a otras 4 jóvenes acompañadas de otros 4 hombres.
La Marquesa, los saludó y me presentó a ellos. Entonces supe, que se trataban todos de la familia. Melba, que estaba bastante impaciente, me cogió del collar y me hizo caminar hacia los sótanos. Mientras me alejaba de ellos, pude oír como todos deseaban ponerse sus uniformes y bajar a darme el corres-pondiente saludo.
En breve, perdí sus murmullos y me vi sola con Melba, bajando hacia el sótano. Por fin llegamos ante una espesa puerta de acero, que ella abrió, apretando un botón.
Había una pequeña salita, en la que se veía una banqueta minúscula de muy amplias patas. Y en el asiento se veía una especie de falo doble.
Melba, me hizo sentar sobre los dos falos. Uno debía entrar en mi ano y el otro en la vagina. Cuando estuve como ella quería, me enganchó los tobillos juntos y las pulseras al collar, pero en la parte de atrás. Y me conminó a que mantuviera mis brazos elevados.
Al verla sentía un estremecimiento general. Tenía la guerrera abierta, por lo que podía verla los pechos, pero, sus manos enguantadas, su gorra y sobre todo sus botas me aterraban. Y para colmo seguía con aquella fusta de piel negra. Era muy fina pero tenía todo el aspecto de un arma de suplicios indecibles.
No me quitó el vestido, pero si acercó las puntas espinosas de la fusta a mis pechos y muslos. Después se puso a mi espalda y comenzó a rozarme suavemente, con las puntas, la espalda y los costados.
Por fin apareció la Marquesa. Y vi como Melba se ponía firme y saludaba al estilo Nazi a su madre. Cuando ésta la devolvió el saludo, Melba, adoptó una figura de descanso, con las manos en la espalda.
Entonces la Marquesa me descubrió los senos, desatando las tiras del vestido. Y ordenó a Melba que me azotara suavemente los pezones, con la punta de la fusta.
Melba se presentó ante mí, como un rayo y se preparó para no fallar ni un solo golpe. Mientras, la Marquesa, se había situado a mi espalda y me sujetaba los brazos.
Me sentí aterrada, al pensar como aquellas minúsculas bolitas, iban a incidir en mis pezones. Melba, me dirigió una sádica sonrisa y levantó la fusta lentamente y hasta algo mas arriba de mis hombros. Antes de ponerse a azotarme, bajó la punta de la fusta hasta mi pezón izquierdo y la restregó con suavidad, varias veces, hasta que mi pezón comenzó a aflorar. Luego hizo el mismo juego con el otro, hasta que consiguió idéntica situación.
Entonces, viéndome a tono, levantó la fusta lentamente y enseguida, la descargó con la velocidad del rayo, sobre mi pezón izquierdo. Tan solo las bolitas me rozaron, pero sentí un atroz dolor y una sensación de lo mas desagradable en todo el cuerpo.
Antes de que me repusiera, un nuevo azote caía sobre el otro pezón. Me los miré y vi como se iban poniendo rojos.
Pero aquella malvada hembra, siguió azotando mis pezones con una precisión tal, que me hacía sufrir de modo infinito. Ya al tercer azote, había empezado a resoplar y gemir. Después del sexto azote, comencé a gritar y jadear. Intentaba contorsionarme, pero la Marquesa, reprimía mis movimientos, tirando de mis brazos hacia atrás.
Me sentía desesperada. El dolor era increíble. Yo hacía esfuerzos por sujetarme, pero la verdad es que me resultaba muy difícil.
Después del décimo azote en cada pezón, la Marquesa me soltó los brazos y cortó el castigo. Melba se separó un paso de mí y levantando el brazo, saludó, dando un taconazo.
La Marquesa, volvió a subirme el vestido y me lo enganchó en el collarín. Luego me desenganchó los tobillos y me hizo poner en pie.
En ese momento, apareció el resto del clan. Se cuadraron y saludaron con el brazo extendido.
Las jóvenes, vestían pantalón mini corto y camiseta de amplias sisas y muy ceñidas, todo ello de piel negra. Y calzaban botas altas y ceñidas de cuero negro y con espuelas. Se tocaban con una gorra de oficial SS. Y en sus manos portaban fustas muy parecidas a las de Melba.
Los hombres, vestían un uniforme completo de oficiales SS.
Entonces la Marquesa, anunció ....
*** Es la hora de cenar. Que esta porquería nos acompañe en la velada. Así sabrá lo que hacemos con las zorras judías.
Yo no me atreví a replicar, a pesar de que no era judía. Me sentía tan asustada, que no podía realizar movimiento alguno, si no era por que aquellos seres me obligaran.
Me condujeron escaleras arriba hasta el gran salón. Había una mesa preparada para 14 comensales. Al final de la mesa se veía un poste. Y yo fui conducida hasta él.
En la mansión había tres jovencitas más. Según pude comprobar unos segundos después.
Entraron momentos después de que a mí me hubieran instalado junto al poste. Las miré y eran unas preciosas jovencitas, con unos hermosos vestidos. Sus sonrisas, sin embargo, daban algo de miedo. Debían de tener entre 12 años la mas joven y 16 la mayor. Y parecían todas hermanas.
Se acercaron a la Marquesa y después de saludarla con el brazo extendido, se abalanzaron sobre ella y la besaron con dulzura.
A continuación, se acercaron hasta donde yo estaba. Y comentaron, que su tía Therese era mas guapa y elegante. A mí me dejaron estas palabras, ligeramente impresionada.
Se colocaron cada uno en sus correspondientes lugares, menos Melba, que se quedó junto a mí. Y entonces, la Marquesa sugirió que se votase, si debía estar desnuda o no.
Se votó por el SI. Y Melba, me desabrochó los cordones del vestido, por lo que éste cayó al suelo. Luego me hizo elevar los brazos y me engarzó los ganchitos a la cadena que descendía del poste. Y por último, tensó la cadena de tal forma, que quedé apoyada tan solo con medio pie.
Después de esto, Melba se dirigió a su asiento, cerca de la Marquesa. Y entonces aparecieron dos mujeres en el salón. Iban vestidas de camareras y sirvieron el primer plato, sin hacerme el menor caso.
Me sentía totalmente violenta y nerviosa. Después de que todos terminasen la sopa, la jovencita de 12 años y de largas coletas, se apoderó de una fusta de la que debía ser su tía. Y se acercó a mí. Ninguno de ellos, hizo el menor esfuerzo por reprimirla.
Me lanzó un par de golpes, que me hicieron resoplar, ya que me alcanzaron en los pechos y el costado. Vi, para mi desesperación, como las sonrisas de sus mayores aparecían en sus rostros. Y la niña volvió a las andadas. Y un nuevo golpe me alcanzó los muslos.
Entonces vi, como su tía se levantaba y se acercaba a nosotras. Hizo que la pequeña le mirara y entonces la explicó, como debía de lanzar los azotes.
La pequeña se alborozó y se volvió hacia mí. Entonces, levantó la fusta y me la estrelló en el costado. Sentí, como un fuerte pinchazo. Y debí poner un gesto exagerado de dolor, pues la niña me volvió a pegar en el mismo lugar, pero esta vez con mayor fuerza. Yo no tuve mas remedio, que volverme a contorsionar.
Antes de que la pequeña siguiera, aparecieron por la puerta las dos camareras con el segundo plato. Y tanto la niña, como su tía se dirigieron a la mesa, para dar cuenta de aquel segundo plato que debía estar apetitoso, por el aroma que me llegaba.
Después de terminar el plato, la niña volvió a levantarse y empuñó el vergajo, pero antes de que se acercara a mí, la Marquesa dijo .....
*** Pequeña Cloe. Quien te ha dado permiso para levantarte de la mesa ?.
*** Nadie. Abuela.
*** En ese caso, desnúdate y ve a ponerte de rodillas y con los brazos en cruz de cara a la pared.
*** Sí, abuela.
Observé, como nadie protestaba y como la pequeña, se desnudaba en silencio y como se dirigía a la pared y se arrodillaba, extendiendo los brazos. Entonces la Marquesa, continuó .....
*** Y tú, Sonia. Quien te dio permiso para levantarte de la mesa ?.
*** Nadie, mamá.
*** No me llames mamá. August, coge a tu esposa y desnúdala. Luego dale 40 latigazos por desobedecer.
*** A la orden. Hail !.
Entonces, aprecié la escena mas desagradable dentro del grupo. August, se abalanzó contra su esposa Sonia y la conminó a que se desnudara.
Esta, lo hizo con rapidez. Y entonces su esposo se acercó a mí y me desató. Luego llamó a su esposa y la pidió que se acercara al poste.
Sonia obedeció y se acercó hasta el poste y de cara a él, elevó los brazos apoyándolos en el tronco, pero su esposo no se los ató. Tan solo se limitó a coger la fusta y acercarse a su esposa, a la que azotó sin piedad y con una gran fuerza. Tan solo oía como Sonia resoplaba y su cuerpo temblaba violentamente, a cada sacudida de la fusta.
Veía como sus nalgas se iban cubriendo de marcas. Pero también sus caderas estaban siendo diezmadas.
Los últimos diez azotes se los repartió entre sus costados. Y por fin y sin haberla oído soltar un solo grito, terminó el castigo de Sonia. Y lo mas sorprendente era, que ella no había dejado de tener sus manos en el poste, ni un solo instante.
August se separó de ella y dejando la fusta en la mesa, se sentó en su sitio. A continuación se acercó Sonia, que pidió perdón a su madre y a continuación se empezó a vestir, para a continuación sentarse junto a su esposo y besarle con dulzura.
Yo permanecí en el suelo, sin decir nada. Y miré a la joven Cloe. La veía como los brazos la temblaban. Pero ella seguía con los brazos en cruz.
Entonces oí a la marquesa decir .....
*** Svelda. Coge a la perra judía y engárzala de nuevo al poste. Luego, coge a tu hija y ata sus muñecas al collarín de esa zorra. Después la darás 15 azotes en las nalgas y caderas.
*** Sí madre. Hail !.
Svelda, se acercó a mí y me cogió con rudeza, me hizo situarme ante el poste y engarzó mis muñecas a la cadena. Tensándola a continuación. Luego se dirigió hasta donde estaba su pequeña y levantándola con brusquedad, la condujo hasta mí. Cogió un cuero y ató las muñecas de Cloe juntas y fuertemente atadas. El extremo del cuero lo tensó en mi collar, pero en la parte de atrás. Entonces, sentí el tibio cuerpo de la muchacha sobre el mío.
La sentía palpitar. Y me sentí como una madre, cuando ella apoyó sus mejillas sobre mis pechos. Miré a Svelda y la vi fría. Sentí una gran compasión por aquella gente.
Svelda, levantó la fusta y asestó un azote en las nalgas de la pequeña que tembló sobre mi cuerpo. Sentía como me calentaba los pechos con su jadeante respiración. Un nuevo azote, vino a poner desorden de nuevo sobre nosotras. A pesar del golpe, la pequeña Cloe, seguía sin soltar un grito y ni siquiera una lágrima.
Y de nuevo cayó la fusta sobre ella, pero esta vez se desvió un poco y las dos recibimos el impacto. Pero los azotes no venían contra mí y éste había sido casual.
Svelda, siguió castigando a Cloe, sin miramientos. Pero seguía sin gritar. Nuestros cuerpos se llenaron de sudor y calor.
Al séptimo azote, a Cloe se le escapó un pequeño grito, lo que hizo que Svelda, acentuase la fuerza de los golpes.